¡No me puedo creer que sea una …chapucería!

La temática de esta edición del carnaval de biología, organizada por Copépodo en su flamante blog “Diario de un copépodo“, me permite reflexionar un poco en voz alta sobre algo que está ampliamente superado pero que frecuentemente encuentro en charlas y debates y no parece estarlo tanto. Con la propuesta “no me puedo creer que sea…” de esta VI edición del carnaval de biología me animo a dar un breve repaso de porqué a menudo mucha gente lanza esta expresión no como acto de sorpresa, sino como afirmación de una negación.

Una de las cosas que más me llaman mi atención cuando he podido escuchar a la gente hablando de la naturaleza o ciencias en general, es la idea equivocada de “perfección” del universo y de todo lo que nos rodea. La gente interpreta mal su relación emocional con la naturaleza. El mundo que vemos, oímos, y sentimos no deja de ser un espejismo de nuestro sistema nervioso central. Las cosas no siempre son lo que parecen ser, y en la mayoría de los casos tendemos equivocadamente a interpretar la información como si nuestros sentidos fueran parte de alguna escala de medida.

...¡”no me lo puedo creer“, “oh my god” , “c’est pas possible“!

No sé si es difícil de entenderlo o si llego a explicarme bien, pero el hombre no es un aparato de medida, queramos o no es algo que hay que tener en cuenta: las experiencias personales no son válidas para conocer la realidad. Aún así, mucha gente bajo sus propias experiencias personales sigue interpretando la naturaleza para dar legitimidad a sus propias creencias, frases como “mira la sonrisa de un niño para ver a Dios”, o…, “contempla un amanecer para entender la creación”, incluso “sé que hay un más allá porqué he sentido premoniciones”, son por desgracias demasiado comunes y cotidianas.

¿y usted qué opina del Neandertal?



La encuesta* sobre los neandertales ha alcanzado la nada despreciable cifra de 75 “opiniones”, imagino que muchos os habréis preguntado la finalidad de esta simpática encuesta, sin embargo antes de explicar las motivaciones os adelanto  que la encuesta ha sido un absoluto fracaso desde el punto de vista metodológico y os explicaré por qué.

En su momento ya comenté en este post la noticia que situaba a los últimos neandertales muy al norte de su distribución histórica, y sobre todo,  muy muy alejada de lo que hasta ahora es con certeza el último reino del neandertal, es decir,  Gibraltar y el sur de la península ibérica en general.  Todo esto me hizo pensar mucho  sobre  la distribución de los  neandertales, de hecho fueron muchas las noches en las que me deleitaba pensando en esa posibilidad,  pero lo que más me turbaba era pensar en lo que la gente de “ a pie”  opina al respecto. La muchedumbre, en su mayoría,  se imagina a estos humanos saltando de glaciar en glaciar en un paisaje indisolublemente ártico y desoladamente glacial, algo que por cierto ya había comprobado con mis congéneres más allegados, así que presto a  resarcir mi idea me dispuse a comprobar cuál era la opinión de la gente sobre este asunto, para ello lancé la hipótesis “la gente cree que el Neandertal vive encima de un glaciar”, la cual (pensé) se vería re-vindicada por la encuesta.

La mujer que susurraba a los caballos



En general, para los biólogos y quienes amamos la naturaleza la palabra -extinción- engloba un conjunto de sensaciones que nos sume en un profundo estado de catarsis mezclado de una extraña nostalgia. Las extinciones son el punto y final de un continium que se inició hace 3.800 millones de años, y son al mismo tiempo, principio y fin, el fin de un linaje y el principio de nuevas oportunidades para otros grupos menos protagonistas.

La extinción como tal no estaba contemplada como un fenómeno real y posible en los naturalistas del S.XVIII (y eso que ya habían "experimentado" con elDodo), de hecho cuando Georges Cuvier la describió en el S.XIX resultó incoherente, Dios no podía permitir la fractura de la scala naturae, en consecuencia, y a pesar de que los muchos grupos extintos que ya estaban descritos por Sir Richard Owen (como los dinosaurios y la megafauna pleistocénica), el concepto de pérdida irrevocable al que está sujeta la extinción aún no gozaba de calado en un mundo que aún no estaba completamente cartografiado y explorado.

El paradigma de las extinciones modernas reside sin duda en la figura del dodo, extinguido en el S.XVIII parece él solo indicar un punto de inflexión entre las relaciones del hombre y su entorno. Su desaparición fue en un principio achacada a una especie de idiotez congénita que supuestamente padecían estas aves, razón única por la cual en aquella época se pensaba que un animal puede dejar de existir. De hechoSir Thomas Herbert, el introductor de la palabra“dodo”, dedicó alanimal en 1627 un dramático epitafio:
Tienen un semblante melancólico, como si fueran sensibles a la injusticia de la naturaleza al modelar un cuerpo tan macizo destinado a ser dirigido por alascomplementarias ciertamente incapaces de levantarlo del suelo.

Juzgar por quién eres o por lo que eres...

De forma accidental o intencionada no es la primera vez que en este blog hemos hablado de las introducciones de especies foráneas (aquí y aquí), criticando en algunos casos las situaciones que hemos entendido perjudiciales para nuestros ecosistemas, y las grandes pérdidas económicas que provocan, o manifestando nuestra total incomprensión y denuncia cuando determinadas administraciones consideran de una forma un tanto "acientífica o arbitraria" la erradicación de determinadas introducciones (o reintroducciones) bajo las permisividad de otras.

Quizás el debate ya esté servido, ayer mismo 19 ecólogos (que no ecologistas) publicaron un pequeño artículo en la revista nature con el fin de poner un punto de vista científico y objetivo sobre las actuales políticas de gestión medioambiental y el conservadurismo injustificado.

¿Un nuevo homínido en atapuerca?.


 
Hace unos días saltó a la palestra de la evolución humana el fósil de una mandíbula encontrada en 2007 en el prolífico yacimiento de la Sierra de Atapuerca, con una cronología de entre 1,2 y 1,3 millones de años esta mandíbula ha representado la evidencia más antigua de la presencia de humanos en Europa occidental.




Hasta la aparición de esta mandíbula los restos humanos más antiguos encontrados en Atapuerca tenían una antigüedad aproximada de 800.000 años y correspondían a la especie Homo antecessor, tras lo cual, se constataba que la presencia humana en nuestro continente era mucho más antigua de lo que se pensaba. Ahora bien, según un reciente estudio (Bermúdez de Castro, 2011) morfolófico de este fósil, los autores han observado ciertas discordancias que parecen indicar que la mandíbula no pertenece a la especie en un principio catalogada (Homo antecessor), e incluso es posible que tampoco pertenezca a ninguna especie hasta ahora descrita. Aunque está por ver que nuevos restos y evidencias pueden aparecer, los medios (algunos), como casi siempre han entendido muy mal dónde está el verdadero calado que implica la noticia y ven hechos donde no los hay y conclusiones que nadie ha pronunciado, la confusión puede ser ( ¡o es!) total .



La evolución humana representa uno de los desafíos más importantes de la paleontología en general, tradicionalmente los ecosistemas en los que se han desenvuelto los homínidos no han sido muy propicios para la fosilización y además no parece que nuestro linaje haya sido muy abundante en los términos que lo son (p. ej.) las grandes manadas de herbívoros de la sabana Africana, nuestra probabilidad de fosilizar fue (¡y es!) realmente baja si nos comparamos con el potencial de otras especies. En base a esta exigua información fósil y la actual genética, se ha podido ir hilvanando una serie de evidencias con otras para determinar que nuestra especie (Homo sapiens) surgió en África hace aproximadamente 170.000 años (con multitud de “peros” y “matices”).




El conejo miocénico menorquín.

Ya hemos hablado aquí en algún post sobre el curioso fenómeno de de Regla de Foster, animales grandes o pequeños invierten su talla en función de los nuevos ajustes que generalmente se producen en los fenómenos de especiación en entornos insulares.

Este es el caso de un conejo muy español, Nuralagus rex, que así ha sido bautizado, poseía una columna vertebral corta  muy curva, ojos y cerebro de pequeño tamaño, y determinadas características en los conductos auditivos que hacen pensar en unas orejas, a diferencia que su actual primo, muy poco desarrolladas. Su gran talla y sus características hacen pensar que vivía en ausencia de depredadores o al menos en un ambiente algo más "relajados" que sus coetaneos actuales. Vivió hace 5 millones de años en la isla balear de menorca y su descripción ha sido realizada por investigadores del Instituto Catalán de Paleontología siendo portada de la revista Journal of Vertabrate Paleontology.



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